Lista.
Cuando la cena termino,
nos quedamos allí, siguiendo nuestros pensamientos. Eric y yo habíamos cesado
con nuestro juego de miradas. Ahora estábamos listos para hablar de algo
importante.
- Necesitamos iniciar de una buena vez-. Dijo él acaparando
la atención de todos-. Hemos estado aquí durante dos días, hay que hacer algo…
¿Quién sabe cuánto tiempo más tendrán a Charlie antes de darse cuenta que su
sangre no sirve? Tal vez ya lo descubrieron.
Un escalofrío me recorrió
la espalda, tal vez, ya sabían todo y él estaba muerto.
No April, no puedes pensar
así.
-
Es cierto, tenemos que hacer algo-. Maggie
apoyo la idea por muy extraño que parezca-. Estoy harta de ocultarme.
-
Bueno, eso depende de April-. Dijo André
volteando para verme el rostro-. Dime cielo, ¿estás preparada?
Dudé un instante. ¿A qué se refería con estar
preparada? La verdad, cada día tenía una nueva idea de lo que significaba
“estar preparada”. Había tantas opciones diferentes par esa frase que podría
haberlas estudiado detenidamente. Sin embargo, no había tiempo para eso y un
“si” fuerte y claro fue lo que mis labios dejaron escapar. Por supuesto que sí,
estaba preparada.
Eric, Maggie y yo nos
vestimos para enfrentar el frio. Luego, salimos a la calle y, ahora no me
parecía tan extraño, robamos una camioneta.
Eric había roto el vidrio
del conductor y había encendido el motor juntando unos cables bajo el tablero.
Muy impresionante.
Condujimos durante hora y
media, llegando casi a la medianoche a La Gran manzana de Nueva York.
En realidad, hubiésemos
llegado muchísimo más tarde si no fuese porque Eric conducía como loco a través del tráfico automovilístico.
Estacionamos en una
esquina, dejando que cualquier oficial que viera la camioneta la multara y la
regresara a su respectivo dueño.
André nos había advertido
sobre cómo vestirnos. Las personas que estaban en esa zona, aunque fuese
semejante hora de la noche, serian personas de clase media-alta y muy bien
informados. No podíamos darnos el lujo de ser reconocidos.
Nos cubrimos con nuestras
capuchas y unas bufandas. Tuvimos suerte de tener unos copos de nieve cayendo,
haciendo que nuestros “disfraces” no fuesen tan ridículos, por decirlo de
alguna manera.
Eric tenia anotado en un
trozo de papel la dirección que había obtenido aquella vez, mientras hackeaba
el archivo del registro de personas.
Recorrimos las calles
cruzándonos con algunas personas que apenas nos miraban puesto que estaban
apuradas por el frio y la hora.
A pesar de ser medianoche,
las calles de Nueva York jamás descansaban. Eran tan activas como cierta vez
había escuchado sobre las calles de Las Vegas.
Había un edificio en medio
de una cuadra con más de cincuenta pisos. Luego, había otro al lado con otro
número que tenía diez pisos. Sin embargo, el número que nosotros buscábamos, el
del medio de los dos, no se veía. En lugar de eso había una puerta sola, sin ventana, sin otra abertura. Sin
nada.
Una puerta en medio de dos
edificios.
- Tiene que ser aquí-. Dijo Eric, intentando forzar la
puerta-. Esta debe ser.
- Si caro, porque Terry sería TAN obvio-. Comentó Maggie
irónica.
A pesar de todo, tenía que
acordar con ella.
Cansados de intentar abrir
aquella pesada puerta de hierro con tres cerraduras perfectamente selladas,
entramos en un mini supermercado a unos
metros de los edificios, para intentar ver qué haríamos ahora.
Maggie se acercó a las
galletas de chocolate y Eric y yo nos quedamos en una esquina, intentando
hablar sin ser muy obvios. Me apoyé en la pared mientras él hablaba y comencé a observar los pocos clientes en el
lugar y a los empleados.
Había tres clientes más,
además de nosotros. Una mujer de unos treinta años con un bebé pequeño y un
hombre encapuchado por el frio, con gorro, bufanda y guantes, recogiendo unos
jugos del refrigerador. Y, del otro lado del mostrador, había unos dos
empleados: el que parecía ser el gerente, un hombre de cincuenta y tantos con
camisa blanca y pantalón negro; y una joven de unos veinte con camisa y
pantalón de jean.
Cuando Maggie se unió a
nosotros con un paquete de galletas en la mano, me aparte de la pared y
enganche mi bufanda con la esquina de una góndola en el corredor. La lana quedo
atrapada en una ranura de plástico y lentamente se desprendió de mi rostro.
Intenté no darle importancia mientras volvía a colocármela, pero la chica me
vio por un espejo de seguridad y me reconoció de inmediato gracias a la foto que
estaba en el mostrador de la caja registradora.
Me pidió, amable y
hostilmente al mismo tiempo, que me quitara la bufanda. Le dije que no me
apetecía, que tenía demasiado frio, pero ella insistió.
Maggie se apresuro en
pagarle al otro vendedor, pero nadie quiso aceptar el dinero.
Tonos de voz elevados
comenzaron a resonar en el mini supermercado. Cuando me di cuenta, la mujer con
el niño y el hombre de las bebidas ya no estaban.
Eric me tomo del brazo y
tiro de mi mientras la vendedora rodeaba el mostrador de la caja registradora
gritando “¡Es ella!”.
Comenzamos a correr y
salimos nuevamente a la calle. El hombre encapuchado estaba allí, abriendo la
puerta de hierro que nosotros habíamos intentado abrir.
Y, por esos interminables
segundos, conectamos visualmente. Ambos nos reconocimos. Esos ojos, esa
expresión.
Fueron momentos que jamás
olvidare. Cada latido de mi corazón golpeaba mi pecho. De fondo se escuchaban
los gritos de la mujer forcejeando con Eric, quien me gritaba que corriera pero
yo no reaccionaba.
Terry estaba parado justo
frente a mí con una mano en la cerradura y la otra en una botella de algo que
no sabía que era.
Todo era una coincidencia.
Una obra del destino. En realidad, no sabía que era, pero las coincidencias de
la vida me seguían sorprendiendo aunque aquello hubiese ocurrido por acciones
que nosotros habíamos hecho.
Simple: acción y reacción.
Una de las pocas cosas que había escuchado decir a López en sus clases. Desde
entonces me gustaba pensar en mis momentos de aburrimiento, como demonios había
llegado a estar así.
Entonces, Maggie me empujo
para que yo reaccionara. Parpadeé unos instantes y Eric choco contra mi cuando
salió a la oscuridad del exterior. Corrimos hasta donde estaba Terry y él, en
el mismo estado de shock que yo, manoteo mi brazo y me ingreso en un oscuro y
largo pasillo detrás de la puerta de hierro. Todo fue tan rápido que dude que
la vendedora llegara a vernos.
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