Separados.
No tardamos mucho en zafarnos de los empleados de Mazon. Éramos
como fenómenos anormales modificados genéticamente.
Comenzamos a correr por un pasillo estrecho, blanco pero
que parecía rosado por las luces de las alarmas.
De repente, todo quedo oscuro. Los tres nos detuvimos, y
sentí la mano de Maggie apretando mi muñeca de forma nerviosa. Quise asegurarme
que era la de Eric, pero no. Era de ella, pidiéndome que no me aleje. Teníamos
que permanecer juntos.
Volvieron a encenderse. Nada. Volvieron a apagarse.
Pasos. Volvieron a encenderse. Maggie soltó mi mano. Volvieron a apagarse. Un
chillido. Volvieron a encenderse. Corrí con todas mis fuerzas.
Solo podía sentirme corriendo, con el sonido de una
sirena de fondo y mi respiración demostrando los nervios.
Tenían a Maggie. Eric, bueno, no sabía que sucedía con
él. Y yo había roto la regla primordial.
Las luces dejaron de prenderse y apagarse, entonces me
detuve.
Estaba en un cruce. Era el final del pasillo y a mis
costados había dos puertas.
¿A cuál debería ir?
En cada esquina había una cámara y las dos apuntaban
hacia mí. En algún lugar de la casa, Mazon me estaba mirando, disfrutando el
espectáculo, como si fuese un juego.
Él estaba observando cada movimiento, yo era su pequeño
títere.
No lo dudé mas, abrí una puerta y encontré una escalera
que subía. Era oscura y estrecha. Pisé cada escalón tan rápido como pude. La
desesperación me hacía tropezar, pero mis manos se sujetaban a tiempo en la
pared.
Llegué al final y encontré otra puerta, la abrí y una
ráfaga azotó contra mi rostro.
Una luz gris me hizo un reflejo en los ojos y comprendí
que estaba en un amanecer nublado. Corrí unos cuatro pasos y me detuve de
golpe. Estaba en un balcón. Abajo, en suelo firme, estaban unos hombres de
seguridad, apuntándome con armas y esperando que me resistiera o que me lanzara
al vacio.
Miré a lo lejos y encontré esos árboles que rodeaban la
casa, por los que habíamos ingresado. Detrás de ellos estaban André y
Terry. Podía irme y escapar, pero tres
personas inocentes quedarían en la casa y, hacía tiempo, había aprendido a
quererlos.
Una bala se disparó. Me agaché contra el suelo lo más
rápidamente posible, pero era demasiado tarde. Había rozado mi brazo y un
líquido de un rojizo distinto al de la sangre ordinaria brotaba de mi interior.
- ¡mierda!-. grite apretando fuertemente mis dientes para
no dejarles saber que estaba herida.
Me tenían rodeada y no sabía qué hacer. Cubrí mi brazo
apretando la herida con la cinta que usaba para atarme el pelo y limpie las
pocas gotas que habían llegado al suelo, no podía darles ni una mínima ración
de mi sangre.
Intente volver por donde había llegado, pero tres agentes
me esperaban armados. No me quedó más remedio que saltar.
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